Viernes, 16 de Noviembre de 2012 07:08
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Por Rafael Colmenares – Ex vocero del Referendo
por el Derecho Humano al Agua.
Hace
algunos años, el ex - vicepresidente del Banco Mundial, Ismael Sarageldin, lanzó
una frase que con el tiempo se haría en famosa: “Las guerras del siglo XXI
serán por el agua”. ¿Le ha llegado el turno a la Sabana de Bogotá?
Si
bien es cierto que la EAAB utiliza solo la mitad del agua que potabiliza para
atender las necesidades de Bogotá y diez de los municipios contiguos a esta,
no lo es menos que esta aparente abundancia puede convertirse en dramática
escasez. La calidad del agua que llega a las plantas de tratamiento de
Tibitoc y Wiesner es cada vez peor, lo cual determinó que la primera
estuviera cerrada, en suma, durante cien días el año pasado y la segunda
durante sesenta. Esto ha implicado adicionalmente que tengan que invertirse
mayores cantidades de depurantes químicos lo cual aumenta los costos de
potabilización.
Lo
anterior se debe al asentamiento desordenado de viviendas campestres,
empresas y diversas actividades cuyos vertimientos se realizan en los ríos
Bogotá o Teusacá, cuando no contaminan los acuíferos mediante la disposición
de excretas en pozos sépticos.
La
Sabana, en particular la zona al norte de Bogotá, presenta desde hace varios
años un desbalance entre el agua que recibe por infiltración y la que se le
extrae mediante pozos que en buena parte operan sin permiso de la CAR, es
decir son ilegales.
La
situación se ha visto agravada, en los últimos años, al amparo de la
autorización dada por el Ministerio de Ambiente Vivienda y Desarrollo
Territorial para el establecimiento de la denominada “Vivienda Campestre”[1], que puede operar disponiendo sus
excretas en pozos sépticos. Esta modalidad atenta contra el principio de que
las aguas servidas deben ser tratadas antes de su vertimiento al medio
natural.
Al
tiempo, grandes industrias productoras de cerveza y gaseosas se
han instalado en el entorno sabanero demandando ingentes cantidades de agua y
produciendo los consiguientes vertimientos que no siempre son tratados
adecuadamente, como ha podido constatarse recientemente por la EAAB.
La
minería extractora de arena y otros materiales de construcción implica
igualmente un gran impacto claramente visible en los Cerros Orientales de la
ciudad y en los municipios circunvecinos alterando el ciclo hidrológico y
deteriorando gravemente el paisaje, además de generar riesgos por
deslizamientos y desestabilización de las estructuras geológicas.
Pareciera
que el tipo de desarrollo que se ha venido impulsando en Bogotá y la Sabana
se hubiera propuesto, paradójicamente, contravenir el mandato del artículo 61
de la Ley Ambiental[2] según el cual la Sabana de
Bogotá es de “interés ecológico nacional” y su destinación prioritaria debe
ser “agropecuaria y forestal”.
Las
consecuencias de este tipo de desarrollo se pusieron de presente en las
inundaciones que padecieron la ciudad y la región con ocasión de la reciente,
pero ya casi olvidada, temporada de lluvias. Lujosas urbanizaciones asentadas
en zonas de expansión del río Bogotá, en el municipio de Chía, y una
connotada Universidad, sufrieron las consecuencias de contravenir las más
elementales normas de ocupación del territorio. Desde luego los mayores
perjuicios los sufrieron los pobladores pobres de las márgenes del río,
obligados a habitar zonas de riesgo en ausencia de una real política de
vivienda digna para ellos.
¿Para
que sirve el ordenamiento territorial? Podrá preguntarse ante el panorama
descrito. Si se trata de una simple adecuación y convalidación de las
actuales formas de ocupación del territorio, que son el principal factor de
vulnerabilidad para que el riesgo se convierta en desastre, nos podríamos
ahorrar el complejo proceso que implica la expedición y aprobación de los
Planes de Ordenamiento Territorial.
Una
rápida mirada a los perímetros urbanos de los municipios aledaños a Bogotá
muestra que estos no son definidos con base en las características
geológicas, edafológicas, hidrológicas y paisajísticas del territorio sino
que se acomodan a los planes de expansión urbana resultantes del fabuloso
negocio de convertir las tierras de rurales en urbanizables, o en zonas
industriales.
Lo
anterior ha determinado que la Capital de la República y los cascos urbanos
de los municipios más próximos dependan para su alimentación de suministros
traídos de comarcas cada vez más alejadas y comporta igualmente el
desplazamiento, por la dinámica económica del modelo, de la población
campesina de la Sabana de Bogotá. Es decir a la vulnerabilidad ambiental se
añade la alimentaria y la descomposición del tejido social.
Los
ejes viales, ampliados mediante las denominadas “dobles calzadas” se han
convertido, en ausencia de un ordenamiento territorial con sentido social y
ambiental, en impulsores de este tipo de desarrollo que enriquece a
urbanizadores, industriales y grandes centros comerciales y deteriora la
calidad de vida de la mayoría de la población.
Este
tipo de desarrollo requiere, sin lugar a dudas, de ingentes cantidades de
agua. Por ello quienes se benefician de él, y quienes lo prohijan desde los
altos cargos del Estado, han puesto el grito en el cielo ante la decisión de
la Alcaldía de Bogotá y de la Gerencia de la EAAB, de no continuar
facilitándolo mediante la denominada “venta de agua en bloque”.
Esta
decisión ha sido cuestionada haciendo creer a la ciudadanía que se ha
suspendido el suministro de agua a los municipios, lo cual contraviene la
evidencia de que estos continúan disponiendo del líquido vital.
Se
ha invocado igualmente el derecho humano al agua, del cual fueron recientes
opositores quienes ahora se acogen a él, para sustentar que está por encima
de todo intento de ordenamiento y racionalización del uso del suelo y en
general del territorio. Nada más contrario al derecho humano al agua pues un
ordenamiento territorial que garantice la sostenibilidad del agua y el
territorio es precisamente la base para que aquel derecho pueda ser ejercido
por las generaciones futuras, que también lo tienen, como se desprende de la
definición consagrada en la Ley Ambiental[3].
El
contexto anterior permite apreciar en toda su dimensión los anuncios del
Ministro de Vivienda y el Gobernador de Cundinamarca, según los cuales
demandarán a la EAAB por su negativa a continuar vendiendo “agua en bloque” a
los municipios de la Sabana, más allá de los perímetros urbanos. Anuncian
también que solicitarán una concesión de aguas a la CAR para construir un
acueducto regional que independice a la región del yugo de la EAAB.
¿Será
que la guerra es por el agua o por la defensa de los grandes negocios que
ponen en riesgo a la región pero enriquecen a unos pocos y para los cuales el
agua es decisiva?
[1] Este tipo de vivienda fue
autorizada mediante el Decreto O97 de 2006
[2] Véase el artículo 31 de la Ley
99 de 1993.
[3] Según el artículo 3º de la Ley
99 de 1993, “Se entiende por desarrollo sostenible el que conduzca al
crecimiento económico, a la elevación de la calidad de vida y al bienestar
social, sin agotar la base de recursos naturales renovables en que se
sustenta, ni deteriorar el medio ambiente o el derecho de las generaciones
futuras a utilizarlo para la satisfacción de sus propias necesidades”
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lunes, 19 de noviembre de 2012
¿LLEGÓ LA GUERRA DEL AGUA A LA SABANA DE BOGOTÁ?
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